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Amparo Ortiz de Avedaño

Peñagrande (Madrid)
3 de julio de 2019
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Nuestra querida hermana Amparo había nacido el 1 de febrero de 1937. Contaba, pues, 82 años. Nacida en el seno de una familia profundamente cristiana, cuyos padres ofrecieron al Señor, nada menos que a cuatro de sus hijas, Amparo, en la congregación de hermanas de la Sagrada Familia de Urgell, nuestra familia religiosa.

 

Dedicó la mayor parte de su vida a la educación de los jóvenes, impartiendo especialmente formación religiosa, para lo que se preparó en los Institutos de Pastoral, Catequética y Vida Consagrada de Madrid. A ella dedicó toda su vida en los colegios de Sevilla y Palomeras hasta la jubilación. Más tarde estuvo destinada en Roma y Cervera. Pero entonces ya había comenzado a presentar pequeños infartos oculares y cerebrales, seguido de un deterioro cognitivo progresivo que desembocó en una demencia severa, por lo que fue trasladada a la comunidad enfermería de Peñagrande - Madrid. De esto, hace cuatro años.

 

Amparo era una bellísima persona, sí. Le brotaba la bondad a raudales. Educadísima. Amable. Atenta. Agradecida. De trato muy agradable. Pacífica y pacificadora: transmisora de paz en la vida comunitaria… Muy conversadora. Lectora empedernida y muy cuidadosa. Cuando solicitaba libros a las hermanas, los devolvía siempre intactos, adjuntando una tarjetita de agradecimiento.  Hacendosa y muy primorosa. Le encantaba tejer punto de media y, con una agilidad sorprendente, de sus manos salían verdaderas obras de arte, particularmente ropita de bebé. ¡Con lo finas que eran las agujas y la lana! Hacía maravillas. También le gustaba mucho la cocina. En Navidad, era ella quien, por ejemplo, se encargaba de preparar y guisar el pescado relleno y otras comidas ricas.

Profundamente espiritual, amante de nuestros místicos españoles, con una espiritualidad particularmente carmelitana, lo que la llevó en los años 80 a una experiencia temporal en un monasterio de carmelitas de clausura en El Escorial. Cultivó su vida interior guiada y acompañada por “su” director espiritual desde muy joven: don José Alba. Tras su fallecimiento, la acompañó espiritualmente un padre carmelita.

 

En todo caso, siempre dócil a las orientaciones que recibía de sus superiores. Humilde, con un alma limpia y sencilla. Con esa simplicidad y transparencia de los niños. Sin “vueltas”. Así era nuestra hermana Amparo. Era, además, muy familiar. Nos hablaba de sus hermanos y sobrinos, orgullosa de sus logros, de forma que, quienes la tratamos más de cerca, llegamos a conocerlos y quererlos casi como propios. Sentimos mucho, con ella, la muerte súbita de César, su único hermano varón. Mª Luz enfermó gravemente a causa de un ictus cerebral. Carmen padece una enfermedad de los huesos que la tiene muy limitada desde muy joven. Begoña, casada con un alemán, ha residido siempre en el extranjero; por lo que, estando Amparo ya destinada en la comunidad enfermería, la única que podía desplazarse a verla era Tere quien, desde Vigo, su lugar de residencia, ha venido cada tres meses con regularidad a acompañarla durante todo un día.

 

Su Paso a la Eternidad fue sereno. Dos días antes de su muerte comenzó a sentirse más abatida, muy probablemente a causa de las altas temperaturas que hemos sufrido. Aunque poquito, iba comiendo y nos parecía que se recuperaba.  Pero la mañana del día 3 de julio empeoró y se fue apagando hasta morir. Eran las 10:15 horas. Le cantaba poemas de sus santos místicos tan queridos, Juan de la Cruz y Teresa de Jesús: “Vivo sin vivir en mí” y “Nada te turbe, nada te espante”. No reaccionaba. Le pedía insistentemente que esperase a Tere (en Vigo) y a Marisa (en el avión, regresando de Colombia), a quien siempre había querido muchísimo. ¡Nada! Su espíritu estaba volando libre y feliz junto a Dios Trinidad, el AMOR de su vida. Y se nos fue.

Ahora vive gozosa, bienaventurada, hija de nuestra beata fundadora Ana María Janer a quien siempre veneró y amó, declamando poemas con sus santos amigos carmelitas…

 

¡Amparo! ¡Cuántas gracias a Dios Trinidad por el regalo de tu persona en nuestra Congregación y en mi vida!

Sí. Demos gracias a Dios por ella. Por su vida y por su sereno Paso a la Vida Trinitaria. Que, desde el cielo, interceda por su familia y por nosotras, sus hermanas de Congregación, tan queridas. Aunque nos entristece y desgarra profundamente el zarpazo de la muerte, nos anima la esperanza en la Vida que no muere; en la certeza del Abrazo definitivo con Dios Trinidad, del que ella, bienaventurada, ya goza.

Que María, Madre nuestra, quien la ha acogido con infinita ternura y la ha llevado al mismo Corazón de Dios, sea el consuelo y la fortaleza para su entrañable familia, y para todas nosotras.

Querida hermana Amparo: Dichosa tú, que vives para siempre. Dichosa tú, que has llegado a la Meta y has alcanzado a AMOR.

Descansa en paz.

-Hna. Carmen Capilla Roncero-

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