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Carmen Martínez Arnaiz

Peñagrande (Madrid)
14 de julio de 2020
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BREVE MONICIÓN EN LA MISA FUNERAL POR NUESTRA HNA. CARMEN MARTÍNEZ ARNÁIZ

fallecida en el Hospital de Cantoblanco – Madrid, el 14 de julio de 2020        

Hoy, la comunidad de la Sagrada Familia de Urgell de Peñagrande está muy triste. Hoy lloramos la muerte de nuestra hermana Carmen, acaecida la tarde de ayer, en el hospital de Cantoblanco (Madrid), después de una larga, progresiva e irreversible enfermedad. 

Sin embargo, de un modo extraño, el dolor hasta el llanto se entremezcla con la esperanza en la resurrección; esa íntima certeza en la victoria de la Vida con mayúsculas sobre la muerte. Esa firme esperanza es la que hoy nos consuela, enjuga nuestras lágrimas y nos sostiene.   

 

Carmen ha sido una hermana muy querida. Y ella amaba a todos sin distinción, con debilidad hacia las jóvenes, es verdad. 

 

Alegre, generosa, servicial, atenta, muy hacendosa… ¡nuestra cocinera de tantos años! Todos la conocíamos, de modo que no hace falta que sea yo quien diga mucho más… Muy querida, muy cariñosa, muy buena hermana…, muy llorada.

 

Nos convoca el Señor en torno a la Mesa eucarística. Demos gracias; inmensas gracias a Dios por la fecunda vida de Carmen. Por tanto como nos ha regalado a lo largo de toda ella. Por su entrega al Señor en nuestra familia religiosa, donde siempre fue feliz amando y sirviendo a los demás, a ejemplo de Ana María Janer, nuestra beata fundadora.

 

Que, desde el Cielo, donde con toda seguridad se encuentra, interceda por su amada familia y por todos nosotros. Que su ejemplo de vida entregada nos impulse a vivir con mayor entusiasmo el día a día, incluso en estos tiempos de pandemia tan dolorosos. 

«IN MEMORIAM» DE NUESTRA QUERIDA HERMANA CARMEN MARTÍNEZ ARNÁIZ.         

Nacida el 25-2-1936 – Pasó a la eternidad el 14-07-2020.

¿Cuántos años hace que nos conocimos? Yo era junior, o tal vez novicia, cuando Carmen estaba destinada en el Colegio-Residencia Universitaria de la calle Joaquín Mª López en Madrid. La conocí en la cocina, siempre entre fogones, bondadosa, alegre, espontánea, servicial (nunca servil), muy trabajadora, dispuesta a complacer los gustos de todo aquel que le solicitara algo que ella pudiera proporcionar. Con la misma soltura elaboraba unas ricas croquetas de pescado, que una exquisita tarta de manzana. Le gustaban las labores y, por las tardes, era habitual encontrarla con el ganchillo entre los dedos, haciendo primores que, una vez terminados, siempre regalaba. En la breve monición, con motivo de su eucaristía funeral, escribí que siempre fue feliz amando y sirviendo a los demás. Creo que es el rasgo que mejor la define. 

 

Siempre fue feliz amando y sirviendo a las hermanas, a las personas que se acercaban a casa, a nuestros familiares y amigos. Pese a no haber realizado estudios medios ni superiores (creo que, estando en Joaquín Mª López, se matriculó y siguió un curso de cocina, no sé si con alguna otra hermana), jamás la vi resentida, ni se lamentó por ello. Se movía como el pez en el agua en su ambiente culinario y en otros servicios domésticos. Poseía cualidades para dirigir a las empleadas de cocina y limpieza, en el colegio y residencia universitaria, por ejemplo (es lo que recuerdo). 

Con su carácter abierto, cercano, humilde y sencillo, se granjeó el cariño de todas las hermanas. Creo que no me equivoco. Pienso en ella y en las personas con las que se relacionó y no recuerdo que nadie la rechazase. Tenía genio y se enfurruñaba de vez en cuando, como nos ocurre a cualquiera, pero no guardaba rencor. Era buena; sí. Tenía un corazón muy bondadoso, abierto a todos. Era muy sensible y se conmovía hasta las lágrimas por cuanto nos afectaba, de igual manera que gozaba con nuestras alegrías. 

No puedo hablar por otras hermanas, pero en lo que a mí respecta, puedo decir con inmensa gratitud que a mi familia la quiso muchísimo: A mis padres, a todos mis hermanos. Sentía especial cariño por Teíta y Manolo y sus hijos, Mauro y Teresa. También, por la familia de Pepe y Silvia. Aunque apenas los trató, a Miluli, Titi, Nacho y Paco, con sus respectivas familias, también los quería. Me preguntaba con frecuencia por cada uno y, desde luego, si algo les ocurría, siempre estaba pendiente y rezaba por todos. Así era Carmen.

 

Estoy escribiendo sobre ella y estoy pensando simultáneamente en Rosarito Gatón pues, ambas, que fueron muy, muy compañeras, se comportaron así con toda mi familia. El resultado es claro: yo la quería muchísimo. Como a Charito. 

 

Valoraba su humilde dignidad, su generosidad, su servicialidad franca y sencilla, la bondad de su gran corazón. Ella me profesaba un especial cariño y confianza. Eso es: Se fiaba de mí. Me refiero concretamente (en otras cosas también) a mi persona como médico. Se fiaba, hasta el punto de que, ante cualquier dolencia o accidente que sufría (mucho antes de que se le desencadenara la enfermedad de corazón que la llevó a la muerte), sólo quería que la atendiese yo. Antes de acudir a otro médico, me quería a mí. Lo que yo le dijese… “iba a misa”. De hecho -esto es Gracia de Dios-, le salvé tres veces la vida. Sí. Literalmente. 

La primera, estando destinada en Los Molinos, y yo, cursando la especialidad de Aparato Digestivo en el Hospital Gregorio Marañón. Sufrió un fuerte dolor abdominal y la llevaron a no sé qué centro de salud. Había comido setas, y los médicos atribuían toda su dolencia a esa circunstancia. Finalmente la trasladaron a Madrid, no sé si al Hospital “Puerta de hierro” con las mismas: Todo lo achacaban a la ingesta de setas. No recuerdo bien cómo sucedieron las cosas. Lo cierto fue que, desde el hospital, nos la llevamos a la comunidad de Peñagrande (estábamos en la casa de Miguel Aracil). Tras explorarla, tuve el convencimiento de que se trataba de una apendicitis aguda. Pero nadie se lo creía. Su rostro se tornaba cada vez más “hipocrático” (nariz afilada, color grisáceo…), por lo que recuerdo que le dije: - “Carmen, te doy dos horas. Si no mejoras, nos vamos de nuevo al hospital y no salimos de allí hasta que te hayan operado.” Y así hice. No mejoraba; al contrario. De modo que me la llevé al Hospital “La Paz” y, en Urgencias, que seguían obstinados en que eran las setas y estaban a la espera del informe toxicológico, rompí a llorar pidiéndole al médico que, por favor, valorase la alta probabilidad de una apendicitis aguda. Debí resultar convincente pues, ¡por fin! El cirujano la exploró, se la llevaron urgentemente a quirófano, la operaron y… al terminar, el cirujano (ahora no recuerdo su nombre, aunque sí su rostro), me llamó al antequirófano para confesarme, apurado: - “Carmen, nos quedábamos con el ciego deshecho entre las manos”: Apendicitis aguda gangrenada, a punto de perforarse. Gracias a Dios, se recuperó sin complicaciones. Sí, le salvé la vida. Ese sexto sentido; ese “ojo clínico” que Dios me ha concedido y que, alguna vez, he podido poner al servicio de los enfermos.

La segunda vez, estaba yo destinada en Roma y ella en Peñagrande. Me llamó Marisa porque Carmen estaba con una hemorragia digestiva alta y no quería ir al hospital. Sólo se fiaba de lo que yo le dijese. ¡Pero yo estaba en Italia! ¡Total! Que, por teléfono, di instrucciones a Marisa sobre las pautas de tratamiento que debía seguir (sospechando que se tratase de una úlcera gastroduodenal benigna). Pues… ¡se curó! No necesitó ir al hospital. A todo esto, yo, rezando para que no se complicase. Ahí nos arriesgamos las tres: Marisa, Carmen y yo. El Señor la cuidó, ella siguió a pies juntillas el tratamiento y se curó.

La tercera fue por otro motivo. Estábamos las dos destinadas en Peñagrande, yo trabajando en el Centro de Especialidades como Especialista de Digestivo desde hacía unos años. Llegué de la consulta y me la encontré sentada en el hall cariacontecida, desmadejada. 

- “¿Qué haces aquí”, le pregunté extrañada? –“Te estaba esperando…”, repuso compungida. 

Instintivamente le tomé el pulso de inmediato (no sé por qué se me ocurrió) y… ¡estaba en fibrilación auricular! Que supiéramos, nunca había acusado síntomas cardiacos, aunque no era de extrañar, pues siempre fue muy nerviosa e impresionable. No sé si llamé o no a la consulta de cardiología del Centro de Especialidades. El caso es que me la llevé para allá y, efectivamente, confirmó una enfermedad valvular cardiaca, que ha ido sobrellevando con múltiples tratamientos, hasta que su corazón no ha podido más. Pero en aquella ocasión…, sí; también “le salvé la vida”.

 

Por mucho más; aunque, desde luego por este motivo, me profesaba un especial cariño. Y era mutuo. 

 

Es cierto que nos ocurría lo que suele suceder entre personas que se rozan mucho: de vez en cuando nos disgustábamos, siempre por algo aparentemente sin importancia: algo que a mí me dolía (una mala contestación, una reacción brusca inesperada…), y nos pasábamos varios días sin dirigirnos la palabra. Hasta que un día, en un momento, se me acercaba con unos lagrimones tremendos a decirme que me quería mucho… Entonces se nos acababa el disgusto y reanudábamos nuestra buena relación como si nada hubiese sucedido.

Carmen era devota. Rezaba mucho. Rezaba por todas las hermanas. Rezaba por todos. Y era muy, muy familiar. Aún recuerdo el impacto tan terrible, estando en Joaquín Mª López, cuando recibió la noticia del trágico accidente mortal de su cuñado, esposo de su hermana Antonia (Toñi), con una hijita, Lourdes, muy pequeña, no sé si de 4 años. También tiene o tenía un hermano, no recuerdo su nombre, uno de cuyos hijos, Javi, sufre una discapacidad, desconozco si por sufrimiento fetal, y han estado siempre muy pendientes de él. De algún modo, su familia pasó a ser nuestra. Lourdes era la “especial”. Y, no digamos, cuando Lourdes se casó con Juan Carlos y nació Lucía. Por cierto, la mamá de Carmen así se llamaba y murió un 8 de diciembre, fecha que siempre le recordaba… y agradecía. Y por cierto, también, Lucía nació el 10 de agosto, fiesta de san Lorenzo, el mismo año que mi ahijada Marta (ésta, el 19 de marzo). Diez de agosto, fecha, también, de la muerte de mi padre… No sé. Hay mucho, mucho que decir sobre Carmencita. ¡Ya en el Cielo! Estaba pensando en su relación con los vecinos del barrio. Hacía amistad con todos, y todos la querían. 

 

Estos días de atrás cuando salía a caminar, ¡cuántas vecinas me han preguntado por ella, sabiendo que estaba ingresada, muy enferma!: Amor, Teresa “la catalana”, otra vecina, cuyo nombre desconozco… Sí. Ha sido muy querida. Lo que entregó a manos llenas, lo ha recogido con creces.

 

Tengo una espina clavada en el alma: el domingo, Solemnidad del Corpus Christi, ella quería que la bajásemos a la capilla para participar en la eucaristía y recibir el sacramento: El Cuerpo del Señor, pensando que tal vez sería su última misa con la comunidad, como así sucedió; pero, por su delicado estado de salud, las hermanas no consideraron conveniente desplazarla. Una espina clavada en el alma, que aún está ahí punzante. ¡Dios mío! 

El padre Ángel García Torremocha (religioso somasco) había ido unos días antes, a petición de Carmen, a administrarle el sacramento de la Unción de Enfermos y recibió la sagrada comunión. Me decían, tanto el padre Ángel como Marisa, que ¡estuvo tan contenta! Tanto, que, incluso, cantaba. ¡En fin! No sé dónde ni cuándo poner término a este pequeño testimonio, que escribo llena de nostalgia, cariño y gratitud hacia una hermana muy, muy querida… y muy llorada. Ya lo creo. Descanse en paz. 

 

Su patrona, la Virgen del Carmen, la envolvió con su manto y se la llevó al Cielo dos días antes de su santo. Jesús la abrazó con inmensa ternura y, en su infinita misericordia, la purificó con el fuego de su Espíritu y la llevó directamente a su Seno: el Regazo de Dios Trinidad, plenitud de AMOR.  

 

Mi querida hermana Carmen, ¿Qué más puedo añadir? Sólo, suplicar tu intercesión por todas nosotras. Para que, como tantas y tantas veces nos decías: “seamos buenas”. 

Gracias por ti. Gracias por todo lo que nos has dado. Gracias por tu vida. 

Goza libre y feliz en la bienaventuranza que no tiene fin. 

 

Tu hermana que te quiere de verdad.

-Hna. Carmen Capilla-

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