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Martina Gutiérrez

La Seu d'Urgell (Lleida)
25 de noviembre de 2019
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``Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." (Mt 25,35-45)

¿CÓMO ERA MARTINA?

El texto bíblico me pareció muy apropiado para hablar de Martina. No hacía falta tiempo para descubrir en el día a día la alegría sincera y  la riqueza de Dios que irradiaba Martina, centrada en la misión más importante y principal: amar y servir a Dios y a los demás sin condiciones. En su currículo prevalecía los 70 años en la cocina, 40 años en Rubí,…

 

Vivir con Martina suponía compartir su vida sencilla, fraterna, humilde…, sin complicaciones. Con sus 92 años, continuamente disponible para acompañar o cuidar de sus hermanas de comunidad, de 80, 90 o 100… años. Cada tarde… buena parte de sus tardes, las ocupaba para tejer “para los niños pobres” como decía. Caridad que brota naturalmente del amor a Dios. Tenía muy claro el camino que la llevaría al cielo.  Sabía alegrar las reuniones, su buen sentido del humor tan fresco y tan nuevo entretenía. Disfrutaba de la vida y la compartía sin mezquindad. Siempre lista, libre y dispuesta para el encuentro fraterno. Sus ocurrencias tan originales (se sabía de memoria la carta que escribió y la respuesta que recibió de la madre General a sus 15 años antes de entrar), nos embelesaba… historias tan bonitas. Tenía una forma única de alegrar el encuentro con su modo tan humilde de ser.

 

¡Cómo siento su partida! Su vida fue un ejemplo de vida, un signo de Dios, de fidelidad, de paz, de alegría. Doy gracias a Dios por la  vida compartida con Martina.

-Hna. Dionisia Mariuchi-

“¡Setenta años en la cocina!”

“¡Setenta años en la cocina!”, exclamaba la buena Martina en las horas previas a su partida hacia la casa del Padre; lo compartía con las personas que la atendían en esos momentos, era como si nos estuviera entregando su TESTAMENTO: unas manos entregadas al servicio de todos. Manos que estuvieron siempre disponibles para atender a los que más lo necesitaban. No solo servía en su “Despacho”, como denominaba ella la cocina, también tejía para los más pobres. En fin, sus manos fueron su mejor lenguaje por medio del cual hacía patente la cercanía de un Dios bueno que con sus manos de Padre fue modelando su corazón. Hasta el último tiempo de su vida sirvió, dando de comer a Aurora, quien a sus 100 años encontró en Martina una “Madre Cariñosa que le dio de comer” y en su último destino, aquí en Seo de Urgell, sus manos siguieron abiertas, rezando por el Instituto ante la tumba de nuestra querida Madre Janer, siendo fiel a la misión encomendada por la Madre General: irás a Seo a rezar por la Congregación. De Rubí marchó con ese encargo, lo vivió feliz y en fidelidad.

Martina nació el 30 de enero de 1927 en Lagunilla de la Vega, Palencia. Ese mismo día fue bautizada y el 30 de mayo del mismo año recibe el sacramento de la confirmación. Su padre se llamaba Melquiades y su madre Tomasa. El 24 de septiembre de 1942, a la edad de 15 años, ingresa al Instituto. El 13 de abril de 1943 ingresa al Noviciado y el 4 de marzo de 1945 hace su primera profesión; el 4 de marzo de 1950 hace su profesión perpetua. Martina vivió cada destino con alegría y espíritu de fe. Desde 1945 al 2019 estuvo en:

  • Barcelona  (Avinyó)

  • Sevilla

  • Barcelona (Asilo Municipal del Parque)

  • Lérida

  • Terburen (Bélgica)

  • Barcelona (Avinyó)

  • Rubí

  • Seo de Urgell

 

Martina vivió convencida “que en medio de los cacharros” también se encuentra a Dios. Cada día muy temprano se hacía presente en la capilla para dar gracias al Señor y poner en sus manos el nuevo día y en la tarde, tenía su hora de lectura espiritual. Su tiempo era de Dios: oraba y servía. Supo vivir en la sencillez de aquellos que se dejan sorprender por el Señor cada día, su corazón siempre dispuesto a aprender, porque detrás de algo nuevo que llegaba a su vida sabía descubrir el mensaje del Señor.

San Juan Dieguito, el santo mexicano, era uno de sus favoritos y para el 12 de diciembre repetía las palabras con las que el indiecito saludaba a la Guadalupana: “Niña mía, la más pequeña de todas mis hijas”. Hoy seguramente que la Virgen le estará susurrando lo mismo: “Martina, niña mía, la más pequeña de todas mis hijas”. Sí, Martina se fue haciendo pequeñita, se lo tomó en serio, porque de los pequeños es el Reino de los cielos.

Ya estás con el Padre querida Martina, ya estás con tus manos abiertas recibiendo el don de la eternidad y el Señor te estará diciendo: “Martina, muéstrame tus manos, quiero ver a cuántos les diste de comer. Entra bendita de mi Padre, porque tuve hambre y me diste de comer”. Descansa en paz buena hermana, llevas al Instituto en tu corazón y tu santidad vivida con sencillez, es la santidad que cubre nuestro Instituto.

Entra, entra Martina, porque tu lámpara siempre ardió.

-Hna. Aida Cecilia López Hernández-

RECORDANDO A NUESTRA HERMANA MARTINA GUTIÉRREZ

Querida Martina:

Me pongo a escribir para sacar de mi interior el sentimiento de tristeza por habernos dejado. 

¿Qué día es hoy? 25 de noviembre, una fecha señalada por ser exactamente un mes antes del día de Navidad. Toda una señal, hoy con Él, tú has nacido a la Vida.

No pensábamos te precipitaras tanto a solo unos dos meses de tu traslado a La Seu d'Urgell. Pero recuerdo de este último tiempo en Rubí, cómo anunciabas que tú pronto partirías. ¿El Señor te llamaba?

Contabas tus casi 40 años en la casa de Rubí. Cuántos años... de vida gastada y entregada. Quizá no sabías que para todas nosotras tu pequeña figura era muy grande, en grandeza de corazón, prudencia, bondad, de vida incansable para los demás. El Señor te concedía la gracia de sentirte en paz con Él y con todos. Estabas siempre contenta, alegre... Daba gusto ir a la cocina, al llegar, y ver tu acogida. ¿Qué más podíamos desear al ver tu testimonio?

Sin duda, tu puntualidad diaria, de las primeras, cada día a la capilla, algún coloquio importante tenías con el Señor. 

Gracias Martina. Me quedo corta con este gracias. Si supieras que para nosotras has sido un referente testimonial de vida... También lo has sido para las personas que has conocido y que te venían a ver, para gozar de tu compañía.

Por todo y para siempre hemos aprendido lo que no se aprende en los libros de teología.

Te echaremos de menos, pero tu recuerdos irá por delante de nuestra vida para poner en práctica lo que de ti hemos aprendido.

Y seguro, como Ana María Janer, a ti también el Señor te dirá: "Entra, Martina, porque tu lámpara siempre ardió".

-Hna. Pilar Ochoa Rodrigo-

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